domingo, 24 de agosto de 2008

El Complejo de Cenicienta

Aquí estoy como un mendigo, ordenando príncipes por catálogo en la barra del antro. Pero es tarde, y no me queda más que esta mancha de ceniza entre las piernas. ¿A dónde se han ido todas las perdices?
–Jessica Freudenthal –



Hoy quiero tener un imaginario diálogo con las lectoras de esta bitácora “Mujer en palabras” y compartir con ellas unas reflexiones surgidas a partir de la lectura de “El Complejo de Cenicienta” libro publicado en 1981 por la autora norteamericana Colette Dowling.

¿Pero que puede tener en común una mujer real con Cenicienta? Quizá mucho más de lo que en apariencia las separa. En principio deberíamos traer a nuestra mente las características de la heroína Disney: ella es hermosa, víctima de las circunstancias y de otras mujeres también, necesita ser rescatada – qué mejor que por un príncipe- y se le identifica con la fragilidad de su zapatilla/ corazón.

Si bien superada la etapa del feminismo recalcitrante de los años 60’s, la mujer en occidente se impone a limitantes –muchas prevalecen hoy día- e irrumpe en el mercado laboral con pujanza y actitud, comienza a vivir la vida sacudiendo de sí la consigna única de ser madre y ama de casa, la nueva Eva vuelve a ser tentada por las arengas sociales que la impelen a encontrar por designio divino a su otra mitad; ese ser mágico le permitirá sentirse segura y a salvo de todo mal.

Y ahí germina el Complejo de Cenicienta, en el campo fértil de los temores tan largamente reprimidos: el miedo a la independencia, a ser y existir en forma autónoma. En el papel de Cenicientas, se espera que las mujeres dejemos de lado nuestras capacidades de resolver problemas, tomar decisiones, y cedamos el mando a gente superior: y ojo, no hablo solamente del príncipe consorte, sino de los padres que cobijan eternamente a una mujer soltera,- impidiéndole crecer- y de toda persona que considerásemos más fuerte y a quien estemos confiriendo poder para tomar decisiones sobre nuestra vida.

Y así, Cenicienta tan dócil, abnegada y sumisa, sólo tendrá que esperar al hada, o al milagro que, en forma de apuesto príncipe, o de cualquier sustituto, llegará para salvarla de su triste e inevitable destino.

Colette Dowling narra que ella pasó varios años separada y a cargo de tres niños a los que alimentar, vestir, educar y distraer. En ese periodo se desenvolvió con independencia pero después, cuando formó otra pareja, dejó de ganar dinero y recobró el estatus dependiente. ¿Un vicio? ¿Una vocación?

Aquí la nota no es renunciar a vivir en pareja, o a tener descendencia, o preconizar la soltería, sino que al margen del estado de vida elegido, la mujer nunca pierda de vista que el único camino que conduce a la [liberación] femenina, es el que parte de la liberación de nosotras mismas, desde nuestro interior.

Tratemos de que en nuestros círculos de influencia, amigos, familia, prive un verdadero respeto a la individualidad. Si se comprende que la dependencia psicológica personal -el deseo profundo de que otras personas cuiden de nosotras- es el principal enemigo de la libertad, Cenicienta ya podrá volver a su lugar: el mundo de la fantasía.-


Rebeca Montañez
Agosto de 2008